Las mujeres en la frontera están hechas de una pasta especial. La complejidad de la vida en torno a las fronteras proporciona unas características muy especiales a los territorios y también a las personas que viven en ellos, especialmente por la confluencia de distintas culturas, nacionalidades y marcos legales en los que esas personas transitan a uno y otro lado de dichas fronteras. En el caso de las mujeres en el área del Estrecho de Gibraltar, coinciden además unas circunstancias sociopolíticas que convierten esta zona en un auténtico laboratorio sobre cómo fluye la vida en estas ciudades en función de lo porosas que sean sus fronteras.
Las mujeres fueron, son y serán una parte vital de ese intercambio y es especialmente interesante cómo contribuyen a cambiar el entorno, cómo lo han hecho históricamente otras mujeres y de qué forma su perspectiva puede ayudar a que las ciudades del Estrecho sean más habitables y también más humanas.
En España todavía constatamos cómo la brecha de género sigue existiendo en el empleo. En este sentido, ciñéndonos a los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) del tercer trimestre de 2022, por ejemplo de Ceuta, la tasa de paro femenina en la ciudad autónoma se situó en el 34,94%, lo que supone un 6,37% más que el trimestre anterior. La tasa de paro femenino en la ciudad ceutí es un 1,94% mayor que la media.

En el Campo de Gibraltar, la población femenina es del 50,40%. Es decir, hay la mitad de mujeres y la mitad de hombres, aproximadamente. Sin embargo, apenas se contrata al 29,3% de mujeres, por lo que éstas representan en torno al 60% de la población sin empleo en la comarca (datos de CCOO de diciembre de 2021). En cuanto a la temporalidad, en el caso de las mujeres supera el 80%. Y si hablamos de contratos parciales, la brecha es de 27 puntos de diferencia a favor de los hombres.

Claramente, la brecha de género es una rémora que hay que romper para que el empleo sea más equitativo, no sólo en los sueldos sino en las oportunidades de acceso. Especialmente en sociedades multiculturales como las nuestras, donde hay muchas mujeres a las que sus circunstancias les imponen aún más peldaños que escalar para poder acceder al mercado laboral en igualdad de condiciones.

Así está el empleo en Ceuta y el Campo de Gibraltar. ¿Y en Gibraltar? Según la encuesta de población activa de 2021, la última disponible con datos segregados por género, si bien el número de empleos a tiempo completo creció de forma similar entre hombres y mujeres, en torno a un 2,5%, los empleos a tiempo parcial subieron un 4,5% en el caso de los hombres y tan sólo un 1,9% en el de las mujeres.
Las estadísticas reflejan un esfuerzo por romper la brecha salarial pues, mientras el sueldo medio masculino bajó un 1%, el de las mujeres subió un 0,3%. No obstante, la diferencia es todavía de 641 libras al mes a favor de los hombres, que cobran una media de 3.461,96 libras al mes. El sueldo medio de una mujer es en cambio de 2.820,80. Son sueldos más altos que al otro lado de la verja/frontera, dado que Gibraltar es la cuarta economía per cápita del mundo y, por tanto, de nuestro área de influencia.
En el caso marroquí, los datos de que disponemos son los generales de World Data Bank, que indican que el nivel de integración de la mujer en el mercado laboral es del 25,7%, según los últimos datos disponibles, de 2019.

Las mujeres en las dos orillas del Estrecho se han visto obligadas históricamente a manejarse en realidades muy complejas y han tomado un papel protagonista en el mantenimiento de sus familias. En ese contexto tan diverso de culturas, situaciones económicas y laberintos legales tan diferentes, la labor femenina ha resultado todavía más imprescindible para tejer muchos puentes transfronterizos. Todos conocemos, a ambos lados del Estrecho, la realidad de las trabajadoras transfronterizas. Son mujeres que viven en un lado de la frontera pero trabajan en el otro y cruzan cada día, ida y vuelta, para sostener sus economías familiares. El papel de estas féminas en sus hogares es fundamental y muchas de ellas son el pilar central de sus economías y que realizan una labor básica en sus empleos también.
Por eso, en nuestras fronteras existe no sólo un componente económico, sino sobre todo un componente humano que, en muchísimos casos, está impulsado por las mujeres: empleadas del hogar, trabajadoras esenciales sanitarias, empresarias, profesionales, madres de familia o políticas, migrantes, porteadoras… Mujeres, en definitiva, que con su esfuerzo dan un gran ejemplo a nuestras sociedades.
Entre Ceuta y Tetuán
El caso de las trabajadoras transfronterizas entre Ceuta y Tetuán es cercano y paradigmático. Constituyen un fenómeno difícil de delimitar en el tiempo. El paso de las mujeres para trabajar, en uno y otro sentido, es una situación que se repite en este área a lo largo del tiempo y que sólo se ha interrumpido en momentos puntuales concretos, como ocurrió con el cierre por la pandemia, por ejemplo.
Antes de la pandemia, de los 30.000 transfronterizos que se estima que transitaban a diario por la frontera de El Tarajal, aunque no hay datos muy exactos, se calcula que había entre 6.000 y 8.000 porteadoras de comercio atípico. Mujeres que cargaban sobre sus espaldas todo el peso que pudieran llevar. Al exigirse ahora el visado para poder cruzar la frontera, este comercio atípico ha desaparecido por el momento. Pero sus protagonistas se han quedado desprotegidas, sin trabajo y sin apoyo. Además de ellas, más de 2.000 mujeres cruzaban a diario a Ceuta para trabajar como empleadas del hogar. Estudios no oficiales cifraban en unas 4.000 las que no tenían contrato laboral, pero también eran transfronterizas, la mayoría de ellas también empleadas de hogar en Ceuta.
El covid generó un problema para estas empleadas al otro lado. La inmensa mayoría de ellas perdió sus empleos al no poder acudir a su puesto de trabajo. Quienes estaban contratadas, en muchos casos, no pudieron acceder a su finiquito, como tampoco lo pudieron hacer los hombres. No recibieron ninguna ayuda durante el periodo en que no pudieron trabajar, pese a haber cotizado, en algunos casos, más de 30 años. El reconocimiento de su desempleo -que en este momento se está trabajando en ello. será, sin duda, una medida justa con estas empleadas y empleados transfronterizos, muy necesarios para la economía de la zona. Sin embargo, las que no tenían contrato se quedaron desprotegidas, directamente, porque son el eslabón más débil.
Poco a poco, las trabajadoras transfronterizas están empezando a regresar a sus puestos si pueden acreditar que antes de la pandemia lo eran. En el mes de octubre en la Seguridad Social española constaban ya un total de 1.849 trabajadores extranjeros afiliados a la seguridad social en Ceuta, de los cuales 1.042 estaban en el Régimen General, 224 como Autónomos y 572 como Empleadas de Hogar, lo que significa una tendencia lenta a la recuperación de esos empleos.
En cuanto al comercio atípico, ha desaparecido. Tras la reapertura de las fronteras, ahora se les exige tener contrato a tiempo parcial con un mínimo de 30 horas semanales y acreditar que estaban trabajando antes del cierre fronterizo. En este sentido, muchas mujeres y también hombres están tratando ahora de que se les reconozca su carácter de trabajadores transfronterizos. Su retribución también “deberá ser igual o superior al SMI para jornada completa y en cómputo anual”, según la documentación publicada por el diario El Faro de Ceuta.
En Melilla la situación es parelela. También se ha establecido que para incorporar trabajadores transfronterizos a empleos radicados en la ciudad autónoma “el contrato de trabajo deberá ser a jornada completa y con una retribución mínima del Salario Mínimo Interprofesional que se abonará mediante transferencia bancaria”.
El Consejo de Ministros de España aprobó el 18 de octubre de 2022 una medida para mejorar las condiciones de trabajo y de Seguridad Social de las trabajadoras al servicio del hogar, que extiende a este colectivo la protección por desempleo. Se trata de una demanda histórica, reivindicada desde hace años por sindicatos y colectivos de trabajadores y trabajadoras transfronterizos que cubren puestos esenciales en sus ciudades vecinas.
Ambos lados del Estrecho
Si la porosidad fronteriza es necesaria en el lado sur del Estrecho, también lo es de la misma manera en la orilla norte. Lo es ahora, ante la incertidumbre que genera el Brexit por la salida de Gibraltar de la Unión Europea (UE) con el Reino Unido. Porque, si no hay un acuerdo que regule esta salida, la situación puede derivar en un desastre económico y social para el Campo de Gibraltar y, especialmente, para la ciudad de La Línea de la Concepción.
Sería un desastre porque el modelo económico de La Línea está basado en el empleo y los servicios transfronterizos con el Peñón, con entre 7.000 y 10.000 trabajadores y trabajadoras cruzando la Verja a diario para trabajar en Gibraltar. Sus empleos podrían estar en riesgo si no se llega a acuerdos para salvaguardarlos, haya o no finalmente un acuerdo marco para el Brexit.
Pero la fluidez fronteriza ha sido siempre el oxígeno social entre Gibraltar y La Línea y también los marroquíes han tenido un papel histórico en ella. La ruptura abrupta de las relaciones por el cierre de 1969 supuso un drama económico y humano para ambas ciudades cuyas consecuencias perduran todavía hoy. También entonces las mujeres fueron las precursoras del cierre en 1966. Ellas dieron el aviso de cómo se iba a apagar esa relación, poco a poco, pero de forma constante.

Esta decisión del régimen franquista causó un gravísimo problema económico para muchas familias, porque aquellas féminas llevaban a sus casas un sustento tan importante como el de los hombres. Y muchas, además, estaban solas o eran viudas. Aunque en el momento en que les retiraron los pases de frontera eran casi 2.000, llegaron a ser muchas más, entre 5.000 y 10.000 mujeres, las que cruzaban cada día la Verja para ir y volver de La Línea a Gibraltar durante los años previos. Así lo relatan numerosos testimonios, artículos y documentación. Los marroquíes sustituyeron a los españoles a partir de junio de 1969 y también vivieron en condiciones difíciles por la falta de espacio y acomodación.
De eso ha pasado ya medio siglo, pero estoy plenamente convencida de que todas estas vivencias que nunca se han hecho públicas hasta estos últimos años han contribuido a forjar la fortaleza que inspira a generaciones de mujeres en torno a nuestras fronteras, hacen que nuestros territorios sean más sostenibles y pueden convertir el espacio transfronterizo en una importante riqueza de la que se nutren las comunidades que comparten este entorno, que alberga un potencial humano imprescindible.